¿Por qué siendo obispo católico renuncié y me casé?
Soy Reinaldo Nann de nacionalidad alemana y peruana, tengo 65 años y me casé hace poco por lo civil en el Perú donde vivo con mi pareja. Soy sacerdote desde el 1987 y obispo desde el 2017. Casi todo mi ministerio lo he ejercido en el Perú, en zonas marginales del país.
Me gustó trabajar para
Dios y para los pobres. Al inicio de su pontificado vi al Papa Francisco como
una gran luz de esperanza para mi y para la iglesia. Disfruté por poco tiempo del
poder casi absoluto que tiene un obispo dentro de su territorio, porqué me
choqué con la cruda realidad. Antes tal vez había idealizado la imagen del
sacerdote, pensando que habría solo algunas ovejas negras, pero que la inmensa
mayoría serán buenas. Por mucho poder que pudiera tener, vi muy claro los
abusos de ese mismo poder, la mediocridad, las mentiras, las tragedias humanas en
la vida sacerdotal. He visto de todo, me
decepcioné y me deprimí.
Durante el ministerio
defendía el celibato, aunque creía que no debería ser obligatorio para todos.
Es más, lo vivía. Algunas veces me enamoré, pero pronto tomé la decisión
supuestamente heroica, de dejar el amor por la fidelidad a la promesa de vivir
casto. Sin embargo, me iba sintiendo cada vez mas solo y aislado. Después de la
pandemia me enamoré de la mujer, que ahora es mi esposa. Fue un amor que creció
cada día más. Lo teníamos que ocultar hasta estar seguros de que esto iba en
serio.
El 1.7.24 renuncié a
ser obispo de Caraveli porque necesitaba tomar una decisión. La depresión fue
el motivo, el amor la razón. Me retiré del Peru por 8 meses, separándome
físicamente de mi amor. Hice un discernimiento profundo espiritual y
sicológico. En diciembre renuncié a ejercer el sacerdocio y lo comuniqué al
Vaticano y a la diócesis de Friburgo, que hasta ese momento me había pagado un
sueldo, porqué era un sacerdote Fidei Donum, “un regalo de la fe” para la
iglesia del Perú. El Vaticano hasta hoy no me ha dado la “dimisión del estado
clerical”, es decir vivo oficialmente en “pecado grave” y no puedo recibir los
sacramentos. Bueno, ayunaré sacramentalmente.
No me arrepiento de
haber perdido casi todo: mi estado clerical y con ello mi sueldo, gran parte de
mi jubilación, mi seguro de salud. Mi poder dentro de la iglesia, el respeto y
cariño de muchas personas. Mi fe en la iglesia como institución.
Me alegro de haber
ganado: una pareja, un dialogo sincero y
un amor que crece cada día más. La libertad de ser yo mismo, no funcionario de
una institución. Una fe en Dios intacta y en la iglesia como comunidad.
El proceso de salir de
allí fue decepcionante. Siento, que estoy sin hogar en la iglesia. Mejor dicho,
estoy buscando mi nuevo lugar. Perdí toda fe en la jerarquía de la iglesia. De
allí no vendrán mejoras sustanciales en este tiempo apremiante.
El celibato
obligatorio no existía a los inicios de la iglesia. Hace mucho daño a la
iglesia obligar a su clero a renunciar al amor en pareja o a mentir. Nuestras
parroquias en gran medida no son comunidades, sino estaciones de servicios
sacramentales. Cambiar de iglesia no es la solución para mí. También allí los
pastores tienen mucho poder y abusan de él. Hay que atreverse a construir la
iglesia como en los primeros tiempos: desde abajo. Desde comunidades de fe. Por
lo pronto será mi iglesia doméstica donde ejerzo el sacerdocio común de los
fieles.
No doy entrevistas
porque amo mi vida personal y la protejo contra cualquier sensacionalismo.
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